Para abordar este tema, es necesario partir de una premisa fundamental del materialismo histórico: la lucha de clases es el motor de la historia y la base sobre la que se construyen las superestructuras ideológicas, culturales y políticas. Ignorar este principio implica caer en un idealismo que, aunque se vista de "progresista", termina siendo funcional al statu quo capitalista. Aquí una explicación estructurada:
1. ¿Por qué no hay lucha cultural sin lucha de clases?
La lucha cultural (batalla por la hegemonía ideológica) y la batalla de ideas (disputa por el sentido común) no existen en el vacío: son expresiones de la lucha de clases en el terreno simbólico. Esto se debe a tres razones:
a) La cultura es un campo de batalla de intereses materiales
La clase dominante controla los medios de producción material (fábricas, tierras) y mental (medios de comunicación, universidades, algoritmos). Estos últimos son herramientas para naturalizar su dominación (ej: meritocracia, individualismo).
Como explicó Antonio Gramsci, la hegemonía cultural no es solo "ideas bonitas": es un sistema de valores que justifica la explotación económica. Por ejemplo, la narrativa del "emprendedorismo" oculta la precarización laboral.
b) Las identidades no sustituyen a la clase
Movimientos como el feminismo, el antirracismo o el ecologismo son vitales, pero si se desvinculan de la lucha de clases, se convierten en islas de resistencia sin capacidad de transformar el sistema.
Ejemplo: Una empresa multinacional que usa el discurso LGBTQ+ en junio (mes del Orgullo) mientras explota a trabajadores en el Sur Global. Aquí, el "progresismo" es un lavado de imagen (pinkwashing) que no cuestiona la acumulación capitalista.
c) Sin lucha de clases, la batalla cultural es un teatro
Las élites permiten (e incluso financian) debates "progresistas" en temas no económicos (ej: lenguaje inclusivo, representación en Hollywood) para dividir a las mayorías y ocultar la concentración de riqueza.
Esto explica por qué figuras como Elon Musk o Jeff Bezos apoyan causas "woke" mientras evaden impuestos y destruyen sindicatos.
2. Las "fritangas pseudo-progresistas": cómo operan
Son corrientes que toman conceptos críticos (gramscianos, foucaultianos, etc.) y los vacían de contenido anticapitalista, convirtiéndolos en productos de consumo para las clases medias alienadas. Sus características:
a) Cooptación del lenguaje revolucionario
Usan términos como "empoderamiento", "deconstrucción" o "interseccionalidad" para vender cursos de autoayuda, influencers neoliberales o políticas identitarias sin redistribución.
Ejemplo: Libros como "Gramsci para emprendedores" (que tergiversan la hegemonía como "influencia personal") o charlas TED que reducen el anticapitalismo a "mindfulness anticonsumo".
b) Idealismo posmoderno
Reducen la opresión a un problema de "discursos" o "microagresiones", ignorando las estructuras materiales (ej: hablar de "violencia simbólica" sin mencionar salarios de hambre).
Esto genera activismos de performances vacías (ej: cambiar logos corporativos a colores LGBT sin subir salarios a empleados queer).
c) Alianza con el capital
Muchos de estos movimientos son financiados por ONGs vinculadas a fondos imperialistas (ej: USAID, Open Society) o empresas que buscan "lavar" su imagen.
Caso emblemático: Feminismos liberalizados que promueven a CEO mujeres como Sheryl Sandberg ("Lean In"), sin criticar que su riqueza depende de la explotación en países pobres.
3. Cómo combatir estas deformaciones
a) Reivindicar la lucha de clases como eje central
No hay atajos: Toda lucha cultural debe vincularse a demandas materiales. Ejemplos:
Feminismo: No solo lenguaje inclusivo, sino licencias por maternidad/paternidad pagas, guarderías públicas, y lucha contra la brecha salarial.
Ecologismo: No solo reciclaje individual, sino nacionalización de recursos estratégicos (litio, agua) y justicia climática global.
b) Educación popular crítica
Recuperar a los autores revolucionarios sin filtros neoliberales: Leer a Gramsci junto a Marx, a Angela Davis junto a Luxemburgo, y a Fanon junto a Cabral.
Talleres en barrios, fábricas y escuelas que expliquen cómo el capitalismo manipula las luchas culturales.
c) Denunciar a los falsos profetas
Nombrar y señalar a los intelectuales/celebridades que comercializan el progresismo: desde gurús del coaching que usan a Foucault para vender cursos, hasta políticos que hablan de "derechos humanos" pero votan ajustes.
Ejemplo: Criticar a autores como Yuval Noah Harari, cuyo discurso "filosófico" oculta su silencio sobre el apartheid israelí o la explotación laboral en Silicon Valley.
d) Construir medios alternativos
Crear plataformas que conecten la batalla cultural con la lucha de clases: podcasts, fanzines, o canales de YouTube que expliquen, por ejemplo, cómo Disney lucra con el feminismo mientras paga miserias a sus animadores.
Ejemplos inspiradores: Jacobin América Latina, La Izquierda Diario, o colectivos de arte callejero con mensajes anticapitalistas.
e) Alianzas estratégicas sin concesiones
Trabajar con movimientos sociales auténticos (no ONGizadas): sindicatos combativos, asambleas socioambientales, grupos de desocupados.
Rechazar financiamiento de entidades que exijan "despolitizar" el discurso.
4. Ejemplo práctico: El caso de la "teoría queer"
Versión pseudo-progresista: Reduce la diversidad sexual a un "estilo de vida" consumista (ej: marcas vendiendo ropa "queer" cara) o a debates abstractos sobre pronombres.
Versión anticapitalista: Vincula la liberación LGBTQ+ a la lucha contra la precariedad laboral, el acceso a la salud pública, y la crítica a las familias como unidades de reproducción del capital.
Conclusión
La única manera de evitar que la batalla cultural sea un "teatro para idiotas" es rechazar el divorcio entre lo simbólico y lo material. Mientras las pseudo-progresías nos distraen con guerras culturales estériles, el capitalismo sigue concentrando riqueza y destruyendo el planeta. La tarea es clara: revolucionar la cultura sin perder de vista que el enemigo no es un "privilegio" abstracto, sino un sistema de explotación basado en la propiedad privada de los medios de producción. Como dijo Marx, "no se trata de interpretar el mundo, sino de transformarlo". Y eso exige entender que las ideas, sin organización popular y lucha de clases, son fuegos artificiales.
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